Alicia era hija única y, como tal, mantenía sobre su cabecita todas
esas expectativas que habían puesto sobre ella su madre y su padre.
Alicia tenía 7 años y acudía a múltiples actividades, pero allí,
donde era feliz, era junto a su abuelo Marcos. Marcos no se lo había
dicho a nadie, lo tomarían por loco, pero veía en Alicia esas
inquietudes, curiosidades y actitudes que le recordaban a su propio
padre… ¿Sería la pequeña Alicia la reencarnación del capitán
don Andrés? Estaba claro que la genética había hecho bien su
trabajo. Alicia disfrutaba de las historias que Marcos le contaba;
de las maquetas que ambos construían en el taller del jardín; de
las tardes de paseo junto al muelle; de las conversaciones con los
viejos pescadores. Ella disfrutaba con las historias sobre mares
lejanos, pueblos exóticos, peligros, tormentas,… Su cabecita
bullía y muchas veces plasmaba este collage de fantasiosas
historias que navegaban en su mundo en unos preciosos dibujos, los
cuales colgaba Marcos en su taller… Y ahí siguen hoy, veinte años
después. Alicia regresa, cuando puede, al viejo taller. Allí
sigue trabajando en sus maquetas. El abuelo Marcos ya no está,
ahora está Andrés, su hijo. Andrés también quiere oír historias
fantásticas de lugares extraños. La genética ha hecho bien su
trabajo. Andrés está muy orgulloso de su madre y así le dice a
su compañeros: “ ¡Mi mamá es la mejor capitana de barcos!”.
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