Cecilia
Ese día no paraba de
llover, sin embargo, Cecilia había decidido que la lluvia no
supondría un obstáculo a su rutina: iría, como cada martes y
jueves, a casa de Luisito para impartir las clases que el niño,
debido a su enfermedad, recibía a domicilio. Una vez jubilada,
Cecilia se había comprometido con la familia del niño a apoyar esa
educación on line que le proponían desde la Consejería de
Educación y que tan inhumana le parecía; se necesitaba la mirada,
el asentimiento, los ojitos de sorpresa o duda. No, no podía tolerar
que un niño creciera sin esa vivencia del proceso enseñanza-aprendizaje, sin la vinculación humana con un maestro. La carretera hasta la casa
de Luisito no era una carretera al uso, era de las peores de la isla,
socavones, curvas cerradas, pendientes imposibles,... una carretera
rural que con esta lluvia se asemejaba a un infierno. Lo peor que
podía pasar pasó. Cecilia no pudo controlar el coche y cayó
barranco abajo. Murió en el acto. Murió sabiendo que lo hacía
cumpliendo su deber. Ella era para Luisito esa luz que cada martes y
jueves iluminaba su triste vida yacente; esa luz que le aportaba los
conocimientos que alimentaban sus ansias de saber, de ver, de volar.
El mundo más allá de su pueblo era enorme y él quería conocerlo.
Cecilia había llegado a la docencia por vocación genética. Esto
es, su abuela y su madre también habían sido maestras, e incluso
todas compartían el nombre, estaba predestinada a que su profesión
fuera esa. Desde pequeña lo sabía; su madre y su abuela favorecían
tal temprana vocación. En los difíciles tiempo de la posguerra
obtuvo una beca para estudiar en Madrid. Valiente fue Cecilia: mujer, joven y sola... se aventuró. En Madrid pronto se relacionó
con jóvenes con inquietudes similares a la suya: la vocación
docente- una docencia basada en la igualdad, que mujeres y
hombres pudieran acceder a la educación y desarrollarse
intelectualmente y, por otra parte, una educación universal, que
llegara más allá de los centros urbanos. Además su pasión por
la divulgación la llevó a participar en publicaciones sobre la
docencia a nivel regional, primero en Madrid y luego también en
Canarias. El tema principal de sus artículos se centraba en la
docencia como medio de superación, su aspiración era la
universalidad del derecho a la educación de los niños y niñas de
todo el país. De estos tiempos, Cecilia guardó algunas de esas
publicaciones que nos enseñaba a aquellos que en su casa queríamos
compartir con ella sus vivencias, sus pequeños y grandes logros, sus
recuerdos. Cuando llevaba ya algunos años dando clase como
maestra, de regreso en su isla natal, completó sus inquietudes
docentes con la formación a los propios docentes. Se trata pues de
una misma mujer que aunó tres actividades: la vocación docente para
con los niños y las niñas, la inquietud divulgativa de temas sobre
los avances en la docencia y, por último, el apoyo a sus colegas con
la impartición de cursos de formación. Sobre ella varios
detalles que se destacan son la perseverancia, pues siempre insistió
e insistió para lograr aquello que ella consideraba justo e
imprescindible en los temas educativos, como la fundación de alguna
que otra escuela rural. Recordamos también su colaboración
desinteresada en la alfabetización de mujeres rurales. Y por
último, su acción como mentor de muchas jóvenes que, gracias a sus
consejos, decidieron estudiar más allá de la educación primaria y
que lograron estudios superiores.
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