viernes, 13 de marzo de 2020

LAS PALABRAS CUENTAN



Las interacciones forman parte de nuestra vida diaria y cuando dejan de ser cordiales o, al menos, correctas pasan a romper nuestra armonía vital. Cuando se altera nuestro mundo con una agresión verbal es difícil recuperar tal armonía, por eso hemos de educar a los niños y niñas en el respeto y la tolerancia. Vivir en sociedad es una conducta a aprender, que en ciertos casos ha de ser reconducida, puesto que algunas personas no la aprendieron cuando debían.   Como el caso de Mary Beard, el agresor fue expuesto, y solo entonces fue consciente de su daño.  El uso sin medida, es decir, el abuso de las redes sociales para insultar ha de ser contenido y anulado.  El propósito de hacer daño es patente, las palabras hacen daño y no puede quedar impune esta mala intención.
Mary Beard fue centro de burlas masivas por su aspecto. Ella hacía pública su imagen como divulgadora del mundo antiguo y lo que se hizo viral fue su aspecto, el cual no corresponde con los cánones establecidos… y ese fue su “pecado”.
Mary es adulta y culta y ha sabido defenderse. El problema es cuando se ataca a un niño o a una niña, alguien sin recursos, sin estrategias que le proporcionen herramientas para defenderse de los insultos. Sus reacciones pueden ser múltiples, pero lo más usual es que les afecten, que condicionen su normal desarrollo, que hagan mella en su personalidad. Esto es injusto, muy injusto. Se ha de proteger a la víctima, pero, indudablemente, ha de actuarse sobre el foco de agresión y, en la medida de lo posible, reconducir esta actitud nociva.


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